septiembre 06, 2017

Los ojos de Giustino y el regreso de Fabio Di Celmo

Los ojos de Giustino Di Celmo encerraban un abismo triste, profundo, negro. Quizás la tristeza los cegó para siempre, aunque nunca hubieran perdido la capacidad de escudriñarlo todo. Conversar con él siempre resultó una lección de humildad. Este redactor tuvo ese honor en varias ocasiones de su etapa universitaria. El anciano italiano en muy pocas oportunidades faltó a la cita futbolera que convoca desde hace más de una década la Universidad de Matanzas en honor a su hijo.

La Copa de Futbol Sala Fabio Di Celmo ya es, por tradición, un canto atlético a la paz, la solidaridad y la amistad entre las naciones y tuvo como su máximo patrocinador y más ferviente seguidor, desde su segunda edición, al viejo Giustino. ¿Por qué?

Fabio fue un amante empedernido del balompié. Comenzó las prácticas a la edad de siete años y casi todos sus pasatiempos infantiles estuvieron relacionados con ese deporte. Su pasión lo hizo debutar con el equipo Asociación Calcio, de la ciudad de Génova, y pese a tener sobradas condiciones, nunca quizo convertirse en profesional.

De acuerdo con su padre, a él le gustaba el fútbol para disfrutarlo, para divertirse y no para sentirse presionado por las exigencias que requiere un equipo profesional.

Este primero de septiembre, marcó dos años de la partida física de Giustino, mientras que el lunes último se cumplieron 20 del asesinato de Fabio en el hotel Copacabana, víctima del terrorismo contra Cuba.

El único partido de fútbol que jugó el joven en nuestro suelo fue en el municipio habanero del Cotorro, el 17 de diciembre de 1996. Su sueño de traer a los integrantes del Sciarborasca, su equipo, a jugar a la mayor de las Antillas quedaría trunco a causa de la campaña de terror organizada y financiada por la CIA contra los hoteles de La Habana en 1997.

Los esbirros contratados por Luis Posada Carriles troncharían los 32 años del joven Fabio y le arrancarían de cuajo el hijo menor a Giustino, quien por ese triste suceso decidió no irse nunca de Cuba y morir aquí.

Sobre su muerte, Posada Carriles diría en 1998 al The New York Times que esta había sido un caso imprevisto, de esos que se llaman “daños colaterales”, “ese italiano estaba sentado en el lugar equivocado en el momento equivocado”, mientras que para concluir espetaba que tenía la conciencia tranquila, “duermo como un bebé”.

Luego de dos décadas de esos viles sucesos, el más connotado terrorista del hemisferio occidental, vive tranquilo e impune en la ciudad de Miami, al cuidado de los monstruos que lo crearon.

Por su parte, el afligido padre, quien fuera veterano de la Segunda Guerra Mundial y luchador antifascista, desafiando a las amenazas que se cernían contra Cuba, brindó ayuda en la obtención de mercancías deficitarias para el pueblo cubano y dedicó los últimos años de su vida a la denuncia de los actos terroristas contra nuestro país desde las más diversas tribunas; no cesó de abogar por la solidaridad internacional con la Isla y por el levantamiento del bloqueo genocida impuesto por el gobierno de Estados Unidos.

En una de esas pequeñas pláticas que entablamos en la Universidad, muy cerca de la cancha y del bullicio juvenil, me comentó que “Fabio amaba mucho este deporte. Esa siempre será mi motivación. La motivación de un padre que perdió a su hijo joven y sólo quiere hacerlo feliz. Creo que haciendo esto, lo estoy haciendo feliz. Sé, que entre estos muchachos y muchachas que se preparan para jugar al fútbol, está Fabio”.

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