“La mejor forma de decir, es hacer”
El Arengador
levanta la mano, seguro de que todo el auditorio ha reparado en su ademán.
Lleva largos minutos preparando su acto. Ha escuchado varios parlamentos, ha
tomado notas y ya tiene lista su alocución. Desenfunda y adelante…
El Arengador
gusta que lo escuchen. Sus palabras tienen todo el sentido del mundo, pero no
aportan nada. Discurren entre justificaciones manidas, discursos habituales y
referencias a los mismos problemas e iguales compromisos. Las consignas son su
meta, no las soluciones.
Y no es que tengan
algo erróneo las consignas, pero ellas no resuelven los problemas. Estas
resultan motivaciones, no hechos.
El Arengador
siempre gana aplausos y va listo para ellos. Su amplia experiencia en
congresos, talleres y otros cónclaves, le dicta que mientras más apasionado,
más indirecto y más redundante sea en su disertación, más opciones tendrá de
conseguirlos. Hay personas que no se preparan muy bien en estas reuniones y
quedan sorprendidas por su verborrea.
El Arengador
lo utiliza todo, pero no critica nada. Le vale igual esgrimir con sus palabras
la falta de medicamentos, la preocupante calidad del pan o los exorbitantes
precios del transporte. Lo importante es no sacar ronchas y mantener las
amistades.
El Arengador
es un maestro de las relaciones públicas. Saluda a todos con efusividad, da
palmadas en la espalda, estrecha con fuerza las manos. De vez en cuando hace
algún chiste, y sonríe. No obstante, ese no es su objetivo.
También
existe otro tipo de Arengador, ese al que le da miedo lo nuevo porque lo saca de
su zona de confort. Se siente amenazado. Es aquel que trata de impedir que la
joven ingeniera aplique en la empresa los resultados de su Tesis; desoye las
opiniones contrarias a su línea de pensamiento; entorpece los cambios que se
generan tras una tormenta de ideas para mejorar el funcionamiento de la
entidad.
Este casi
siempre tiene el papeleo al día. Y al menos conoce un poco acerca de planes,
estadísticas, leyes y métodos científicos. No le gusta que le señalen con el
dedo, no obstante, quizás ni le preocupa que muchas de las acciones planificadas
no se cumplan, lo esencial y lo que no puede faltar, es que estén en el papel.
El Arengador
debe ser una especie en peligro de extinción, o al menos, debemos
proponérnoslo. Las consecuencias de sus actos pueden ser muy peligrosas en un
país que requiere de una Revolución de ideas frescas, de acciones contundentes.
De gente que quiera construir y aportar, pero no solo con palabras.
El Arengador
es conservador, y trata de mantener su status quo, sus regalías. Pero no
resuelve más quien habla más bonito. No remedia nada quien se escuda e inflama tras
los problemas de siempre para no evolucionar, quien no se arriesga, ni toma
decisiones.
Cuba
necesita de gente osada. Gente como aquella que en plena mitad de siglo XX tomó
el toro por los cuernos y afrontó la muerte para cumplir con la convicción de
darle un vuelco al país. El Arengador no sabe lo que es la osadía.
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