junio 12, 2017

¿Una especie en peligro de extinción?



“La mejor forma de decir, es hacer”

El Arengador levanta la mano, seguro de que todo el auditorio ha reparado en su ademán. Lleva largos minutos preparando su acto. Ha escuchado varios parlamentos, ha tomado notas y ya tiene lista su alocución. Desenfunda y adelante…

El Arengador gusta que lo escuchen. Sus palabras tienen todo el sentido del mundo, pero no aportan nada. Discurren entre justificaciones manidas, discursos habituales y referencias a los mismos problemas e iguales compromisos. Las consignas son su meta, no las soluciones.


Y no es que tengan algo erróneo las consignas, pero ellas no resuelven los problemas. Estas resultan motivaciones, no hechos.
 
El Arengador siempre gana aplausos y va listo para ellos. Su amplia experiencia en congresos, talleres y otros cónclaves, le dicta que mientras más apasionado, más indirecto y más redundante sea en su disertación, más opciones tendrá de conseguirlos. Hay personas que no se preparan muy bien en estas reuniones y quedan sorprendidas por su verborrea.

El Arengador lo utiliza todo, pero no critica nada. Le vale igual esgrimir con sus palabras la falta de medicamentos, la preocupante calidad del pan o los exorbitantes precios del transporte. Lo importante es no sacar ronchas y mantener las amistades.

El Arengador es un maestro de las relaciones públicas. Saluda a todos con efusividad, da palmadas en la espalda, estrecha con fuerza las manos. De vez en cuando hace algún chiste, y sonríe. No obstante, ese no es su objetivo. 

También existe otro tipo de Arengador, ese al que le da miedo lo nuevo porque lo saca de su zona de confort. Se siente amenazado. Es aquel que trata de impedir que la joven ingeniera aplique en la empresa los resultados de su Tesis; desoye las opiniones contrarias a su línea de pensamiento; entorpece los cambios que se generan tras una tormenta de ideas para mejorar el funcionamiento de la entidad.

Este casi siempre tiene el papeleo al día. Y al menos conoce un poco acerca de planes, estadísticas, leyes y métodos científicos. No le gusta que le señalen con el dedo, no obstante, quizás ni le preocupa que muchas de las acciones planificadas no se cumplan, lo esencial y lo que no puede faltar, es que estén en el papel.

El Arengador debe ser una especie en peligro de extinción, o al menos, debemos proponérnoslo. Las consecuencias de sus actos pueden ser muy peligrosas en un país que requiere de una Revolución de ideas frescas, de acciones contundentes. De gente que quiera construir y aportar, pero no solo con palabras.

El Arengador es conservador, y trata de mantener su status quo, sus regalías. Pero no resuelve más quien habla más bonito. No remedia nada quien se escuda e inflama tras los problemas de siempre para no evolucionar, quien no se arriesga, ni toma decisiones.

Cuba necesita de gente osada. Gente como aquella que en plena mitad de siglo XX tomó el toro por los cuernos y afrontó la muerte para cumplir con la convicción de darle un vuelco al país. El Arengador no sabe lo que es la osadía.

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