noviembre 17, 2016

¿La sorpresiva victoria de Trump pone en riesgo las relaciones de Cuba con EE.UU.?

Lo que muchos temían, sucedió. El magnate inmobiliario Donald Trump venció este martes en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos y se convertirá el 20 de enero próximo en el cuadragésimo quinto mandatario de esa nación.

Las alarmas se dispararon en todo el planeta tras la mayor sorpresa política en ese país. Incluso, desde horas tempranas del 8 de noviembre los mercados bursátiles, el precio del petróleo y las materias primas se desplomaron a causa de la incertidumbre en la jornada electoral. Un claro indicativo de cómo influye la política norteña en el resto del planeta.

Pero, más allá de la combinación inaudita de propuestas del multimillonario, que incluyen recetas clásicas del Grand Old Party con otras que destrozan los dogmas de la política tradicional norteamericana, entre ellas su manifiesta oposición a los tratados de libre comercio, el aumento de los aranceles a las importaciones –sobre todo a China (45%) y a México (35%)-, el castigo a las empresas nacionales que produzcan fuera del país, la rebaja de impuestos y el recelo a una subida del salario mínimo, la atención sobre su persona se centra, por lo menos en este país, hacia su futura política exterior, dizque lo más controversial de su campaña.

En ese sentido, las relaciones con América Latina, y especialmente con Cuba, toman particular importancia, después de que Barack Obama iniciara el 17 de diciembre de 2014 un proceso de acercamiento que busca normalizar las relaciones, en tanto cambio de estrategia tras más de 50 años de tácticas inadecuadas con el objetivo de sojuzgar otra vez a nuestro pueblo.

Donald Trump ya anunció en su momento que si ganaba las elecciones, modificaría lo que está sucediendo en cuanto a Cuba, condicionando estas conversaciones a si La Habana “cumple con nuestras demandas de libertad religiosa y política para todos los cubanos”. Estas declaraciones, realizadas en plena campaña electoral, fueron música para los oídos de los conservadores del exilio cubano, que están preocupados de que la isla se acerca demasiado y muy rápido a los Estados Unidos.

La vívida preocupación perceptible en las calles cubanas por el triunfo del republicano, justificada por la posible pérdida de los pequeños pero significativos avances en las conversaciones y en las relaciones económicas con el vecino del norte, creo pueden ser un tanto sobredimensionadas.

En primer lugar, debemos reconocer que Donald Trump no es un político tradicional. No obstante su ostensible racismo y xenofobia, claves en las relaciones con el sur del continente, su experiencia proviene del mundo de los negocios. En ese sentido, en varias ocasiones durante su campaña, se mostró públicamente de acuerdo con el fin del bloqueo, asegurando que Cuba tenía cierto potencial y que hasta consideraría abrir uno de sus hoteles en la isla.

Esta ambivalencia, a mi juicio, responde más a intereses prácticos electorales en el estado de la Florida que a una intención moral o política de congelar el proceso de acercamiento con Cuba. No hay dudas de que tanto a nuestro país, como a EE.UU. les conviene un mejoramiento de las relaciones, y actualmente, de acuerdo con analistas y politólogos, la tendencia es que este proceso se haga irreversible.

Cuba, bajo un proceso de actualización económica y la aprobación de una inversión extranjera más consolidada, ha despertado la codicia del empresariado norteamericano, que creo está preocupado porque Rusia, China y la Unión Europea le dejen solo nimiedades en una economía necesitada de mercado y acceso a bienes y materias primas. Además, el gran proyecto del Mariel, en conjunción con los canales de Panamá y Nicaragua, avizora un significativo despegue comercial en la región, una de muchas soluciones para catapultarse con más facilidad hacia buena parte de América Latina. Trump conoce esto.

En segundo lugar, los republicanos tienen todas las puertas abiertas para colocar en el centro de la agenda política sus intereses respecto a nuestro país. Tras la votación del martes, obtuvieron la presidencia y en las dos cámaras del Senado, son mayoría, lo que implica que se favorecen sin la oposición real del Partido Demócrata y pueden dictar las reglas del juego. Esto no debe implicar un retroceso en las políticas respecto a Cuba, ejemplo de eso es que en varias ocasiones durante este año, varios proyectos de ley que de alguna forma u otra buscaron minar el bloqueo fueron propuestos por integrantes de esa agrupación. Además, estados básicamente republicanos como Texas, Georgia, Mississippi y Alabama, cercanos al golfo de México, pueden favorecerse con la apertura hacia la mayor de las Antillas.

Por otro lado, Trump ha prometido mantener abierta la cárcel en Guantánamo, que ha resistido a los intentos de Obama de clausurarla y su devolución a nuestro pueblo es hoy una de las mayores exigencias de Cuba rumbo a la normalización de relaciones. El magnate ha ido más lejos y ha sugerido que autorizará las polémicas prácticas de interrogatorio que usó el gobierno de George W. Bush. Veremos si no es otra de sus fanfarronadas.

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