junio 15, 2016

Siembra de sonrisas

Cuba se encuentra apegada al cambio. En estos últimos lustros la máxima dirección del país ha dejado claro que resulta una necesidad transformar tanto la economía como viejos hábitos y esquemas obsoletos. Precisamos cambiar la mentalidad y desterrar la abulia, el desinterés y otras manifestaciones que obstaculizan el desarrollo.

Cada uno de nosotros, desde nuestro pequeño lugar, participa, sueña, construye, aporta -algunos con más ganas o energía. De nuestro esfuerzo –de las familias, cuadros e instituciones- dependerá en gran medida el avance de este proyecto que se debate hoy entre la ineludible continuidad y el ominoso peligro de olvidar.
Pero, ¿hasta qué punto hemos interiorizado lo que se nos exige? ¿Estamos claros del papel que jugamos en esta transformación? ¿Nuestro quehacer diario repercute determinantemente en el impulso que necesita el país? ¿Qué hacemos si la nación cambia y sus efectos aún no nos benefician?

Un vecino mío padece desde hace tiempo las consecuencias del mal trabajo. Impelido a obtener la propiedad de su vivienda se halla envuelto en la ya tradicional maraña burocrática y en la insensibilidad de quienes en algún momento debieron hacer bien su labor. Aún hoy, al paso de dos años, los funcionarios de Vivienda no poseen una respuesta clara para Omar.

El ejemplo, no tan aislado y excepcional como este reportero quisiera, es muestra de que todavía falta un poco en esta provincia para llegar al país soñado. Los cubanos, como diría el colega Ronquillo Bello, adaptados a la psicología de la urgencia y con tantas necesidades por resolver nos hemos substraído el sentido de la perspectiva, y así de tanto en tanto, olvidamos qué hacer para contribuir con el cambio.

De esta forma se corrompen las actitudes y se enturbia lo que debiera ser puro y sencillo. Más allá de los conocidos problemas económicos, los servicios médicos y gastronómicos aún tienen deudas con los matanceros; la conservación del patrimonio es una llaga latente en varias de las localidades de Matanzas; el transporte –no obstante la presencia de los cuentapropistas- todavía no responde a la demanda; la recreación sana y la cultura no saben cómo llegar a poblados como Céspedes, Zorrilla u Hoyo Colorado.

Estas y otras problemáticas que desde lo local sobrellevamos se pueden atenuar cuando hacemos correctamente lo que se debe. Y este llamado no recae exclusivamente sobre los hombros de las instancias gubernamentales e institucionales, sino busca despertar la potencia transformadora de cada individuo. Si desde nuestro barrio o puesto de trabajo somos capaces de evolucionar, de transformar, los cambios llegarán un poquito más rápido, creo.

En mi época de estudiante universitario tuve la responsabilidad de ser dirigente estudiantil. Coincidí en muchas ocasiones con Miguel Díaz-Canel, quien fungía como Ministro de Educación Superior. Él nos explicaba en cada oportunidad que el mejor trabajo político-ideológico que podíamos desplegar en nuestro radio de acción era hacer bien nuestro trabajo, y bajo ese concepto todavía hoy guío mis pasos.

Mucho bien haría que cada cual -el médico, el funcionario de vivienda, la maestra, el transportista o el delegado de circunscripción- jugaran bien su rol. De esta forma, mientras los cambios nos sorprenden -y nos anima- contribuimos a la imperiosa siembra de sonrisas.

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