abril 07, 2015

Los colores del alma (+ Video)

Lázaro, como millones de cubanos, es un trabajador incansable. Lo muestran a cada instante sus callosas manos negras. Diariamente, bajo el sol, abre surcos a la tierra y logra que del fruto de su labor muchos se alimenten. Lázaro es un tipo jovial, educado, al que no le molestan muchas cosas; entre ellas la mirada de desdén de Josefina cada vez que pasa frente a su casa.

María es una fiel creyente. Profesa con orgullo la religión de sus ancestros, y venera a sus orishas con la delicadeza y el respeto que le trasmitieron sus bisabuelos cimarrones. Más allá de eso, es una cubana como muchas, abnegada, madre de dos hijos y enfermera. María a ratos se entristece cuando escucha hablar mal “de esa religión de negros”.


Tras estas pequeñas historias se esconde un problema social cuyo debate amerita más profundidad. Porque, si bien oficialmente y como política de Estado, el racismo en Cuba ha dejado de ser una asignatura pendiente tras el triunfo revolucionario, aún quedan, tras bambalinas, controversias no resueltas.

José Martí, apoyado en su visión humanista, señalo en su momento: “No hay odio de razas, porque no hay razas. […] Peca contra la humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas”. El Apóstol, adelantado a su época, fue capaz de señalar la valía de la condición humana y no las características biológicas. Ya por aquellos tiempos de colonia y república en Cuba, comenzaban a acoplarse los prejuicios racistas tradicionales de España y el racismo implantado con fuerza por la intervención de los Estados Unidos, dejando a lo largo de la historia cubana una herida abierta en ese importante sector de la sociedad de la Isla.

Y es que el problema va mucho más allá de la propia discriminación. El asunto atañe a la propia identidad, a la esencia cultural, a la idiosincrasia de este pequeño trozo de tierra en el Caribe. En tal sentido, comparto las apreciaciones de Pedro de la Hoz, periodista y miembro de la Comisión contra el Racismo de la UNEAC, cuando dijo: "En Cuba no existe racismo porque no está institucionalizado. Lo que existen son prejuicios raciales, (…) desventajas históricas acumuladas".

Quizás la Revolución, en ese esfuerzo de “descolonización racial”, muy válido y necesario, no tuvo en cuenta que equiparar los problemas de “todos” a la cuestión de la lucha de clases resultó a la larga dañino para el problema racial. Porque los problemas de los negros en la Mayor de las Antillas eran mucho más complejos que los del resto de los cubanos. Esta situación, en las primeras décadas de la construcción socialista, devino en una “consenso social”, en el cual la búsqueda de la necesitada unidad sustituyó al debate. Mientras que a unos no les interesaba, a los otros no les preocupaba.

No se puede eliminar el racismo con una declaración. Sin debate público; sin intelectualidad progresista buscando soluciones; sin propiciar condiciones efectivas –tanto económicas, como culturales y estéticas- para eliminar de la subjetividad nacional los prejuicios hacia los negros, este problema, como sucede en estos tiempos, se esconde y convierte en enemigo invisible. Por que existe, encubierto tras sutiles formas y motivos, pero está ahí, y hace daño. Vaya, ¡el asunto es que ser negro no implica de ninguna manera, marginalidad o incultura!

Los esquemas discriminatorios, en muchas ocasiones, se asumen de ambas partes. De un lado, como barrera; y en el otro, como lanza. Un estudio del año 2006, publicado en la revista Temas, demostraba que más del 72% de la sociedad cubana considera que existe racismo en la Cuba actual. Esta disyuntiva puede solucionarse, entre otras acciones, con el reconocimiento, con el estudio. 

Porque si somos capaces, en una sociedad radicalmente machista, de promover discusiones serias acerca de la libertad sexual y el reconocimiento institucional a las personas sexualmente diferentes, ¿cómo no vamos a discutir sobre la eliminación de las preocupaciones en el tema racial? ¿Cómo no discutir acerca de la significativa contribución de los negros a la construcción del proyecto nación que defendemos? Las potencialidades y espacios están ahí, y le toca a la sociedad civil discutir sobre el tema.

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