junio 23, 2014

¿Prohibido decir la verdad?

“Dame el yugo, oh mi madre, de manera
que puesto en él de pie, luzca en mi frente
mejor la estrella que ilumina y mata.”

José Martí, Yugo y Estrella

Piense en sus hijos.
No haga de ellos cobardes con vocación de hipócritas
En nuestra última visita a la Ciénaga de Zapata indagábamos por el abastecimiento del mercado agropecuario de Playa Larga, cuando alguien le sugirió a nuestra entrevistada que no dijera su nombre, porque decir la verdad siempre salía mal: buscaba problemas. Los ejemplos sobraban. Además, no resolvía nada.
La compañera ante la fuerza de semejante argumento prefirió no solo omitir su nombre, sino incluso su opinión sobre el asunto que nos ocupaba.
El tono irrespetuoso con que algunos se refieren a la prensa tiene que ver con las deficiencias que a lo largo de muchos años ha tenido el ejercicio periodístico en el país, siempre espoleado por el síndrome de la plaza sitiada y el temor inoculado de darle al “enemigo” información “relevante” sobre nuestros asuntos.

Tanto hemos querido despistar al vecino malicioso, que ciertamente nos acecha, que llegamos a despistarnos entre nosotros mismos, y otro enemigo, quizás peor que el extranjero, nos ha golpeado junto al bloqueo y la guerra psicológica: la raza de viles oportunistas que prolifera, como el marabú, en todas partes.

No pocos investidos de poder han hecho caer a hombres y mujeres honestos, los que dicen la verdad sin paños tibios. Incluso, les han querido colgar el cartelito de débiles ideológicamente, porque el verbo sagaz esgrimido con valor puede socavar su reinado.

Pero los que justifican su cobardía y apatía social con las desgracias de los justos; con aquello de que si dices la verdad perderás tu empleo, la carrera de tus sueños, o hasta el Panda que ya no viene por CDR o centro de trabajo, esos también son culpables de las injusticias cometidas, porque ante la adversidad, los han dejado solos.

No han sido capaces de cerrar filas frente a los aprovechados, sin embargo, prefieren murmurar por los rincones que no hay nada que hacer, que todo ha sido así por los siglos de los siglos, y lo peor: que no cambiará.

A esos que meten en el mismo saco de su frustración a la prensa y sus periodistas me gustaría preguntarles cuántas veces han hecho causa común con la verdad, hasta el final, hasta las últimas consecuencias. Me pregunto qué le enseñarán a sus hijos, si la lealtad y el honor que busca problemas o el lecho mancillado de los inicuos; si el yugo del manso buey o la estrella de Martí, que ilumina y mata.

El que se cansa de luchar, ¿qué mérito tiene?, los que triunfan a la larga son aquellos que no se dejan arrebatar los sueños, los que no dejan que nadie crucifique su ideal, su convicción. Pero esa lucha, estimado lector, no puede ser de unos pocos en este o aquel centro de trabajo, no se logra con periodistas vestidos de Quijotes, se logra con unidad, se logra defendiendo la verdad.

A la prensa le corresponde buscarla, aunque nos engañen una, dos, tres veces. Aunque también atravesemos periodos de desaliento, porque los oportunistas y mentirosos con imagen de revolucionarios pululen como esa raza de viles señalada por el Apóstol desde su época.

Para que la verdad triunfe, es preciso creer en que la justicia siempre llega, no importa cuánto demore. Urge creer que no todo está perdido. Hay que estar convencido de la justeza de lo que se defiende, y como dijo Raúl, no tener miedo a denunciar los problemas y sus culpables, la cadena es grande, parece infinita, pero hemos de empeñarnos en conseguirlo.

Piense en sus hijos. No haga de ellos cobardes con vocación de hipócritas. Enséñeles que aunque en el mundo todo aquel que lleva luz se queda solo, es mejor afrontar la soledad de los leales, que la compañía de los falsos, porque la falsedad se pega y de tanto practicarla uno puede llegar a desconocerse. (Tomado de Girón-Web, por Yamila Sánchez Rodríguez)

No hay comentarios:

Publicar un comentario