Falta solo una semana para que explote la pasión por el fútbol. Brasil se viste de gala y tras las muchas sensibles ausencias, se augura un muy buen Campeonato Mundial.
Yo, por mi parte, soy un fanático apasionado. De esos que lloran al final de los partidos, ya sea por el anhelado triunfo o la desoladora derrota.
Mi equipo favorito no lo escogí por amor a un país, ni por el fútbol que regalan –que es muy bueno, por cierto-, sino que viene a través de la admiración personal a uno de los más grandes en ese deporte: Diego Armando Maradona. No hay mayor poesía física que disfrutar de su arte en México ´86 y en el Napoli, de la Serie A italiana. ¿Quién puede negarme que esos dos extraordinarios goles que anotó frente a Inglaterra no son los dos mejores de la historia?
El Mundial de Sudáfrica 2010 resultó un durísimo golpe para los seguidores de la Albiceleste. En ese conjunto se reunían un sinfín de esperanzas: dirigidos por el Pibe de Oro, y liderados en la grama por Leo Messi, nunca sospechamos volver a caer, tal cual lo hicimos en Alemania 2006, frente a los teutones.
En esta ocasión se le exige mucho más a Alejandro Sabella, que ha puesto énfasis en la unidad y la camaradería del equipo, sin perder fortaleza en ningún área. Aunque como fiel gaucho le critico la no inclusión de Carlos Tévez y Ever Banegas. Quizás necesite del carácter del primero y de la magia del segundo.
Pero yo no soy un fanático obstinado, sé reconocer a mis contrarios y creo que si Argentina va a ganar el Mundial, deberá cumplir muy bien los deberes frente a selecciones como Brasil, Alemania, España, Francia o Portugal. ¡Allá nos vemos!
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